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Donald Trump ha hecho del comercio con México y Canadá un eje central de su mensaje: el tratado comercial trilateral de América del Norte (TLCAN, 1994) fue “injusto”, los aranceles “lo resuelven” e imponiendo sanciones UE puede “proteger” a sus trabajadores. Es una historia simple y engañosa. La realidad, la prosperidad de la UE, México y Canadá está profundamente entrelazada; y medidas que vulneren la integración comercial, construida en los últimos 40 años, dañan a todos.

Norteamérica ha construido una de las economías regionales más integradas del mundo: desde la adhesión de México, UE y Canadá al GATT en los años ochenta, pasando por el TLCAN en 1994 y hasta llegar al T-MEC en 2020, la trayectoria es clara: la colaboración y la coproducción muestra resultados.

La integración funciona. En 2024, el comercio entre los tres países alcanzó los 1,6 billones de dólares; y 56,5 millones de empleos en Norteamérica dependen directamente del comercio regional -34 millones en EU, 15 millones en México y 7 millones en Canadá-. Los aranceles sectoriales impuestos por UE este año a vehículos ligeros, acero, aluminio y cobre han puesto en riesgo cientos de millas de empleos. Sólo en julio, en el sector maquilador y fabricante de exportación en México se perdió más de 100 mil empleos (IMMEX, julio 2024 vs 2025). En EU, las pérdidas de empleo en septiembre registran una destrucción de 9 mil puestos de trabajo en manufacturas, transporte y almacenamiento (cifras del sector privado en el reporte ADP).

Trump suele presentar el comercio como un juego de suma cero: si México “gana”, EU “pierde”. Pero la realidad es opuesta: las exportaciones de la UE hacia México sostienen 3,2 millones de empleos estadounidenses. Mientras tanto, 5,5 millones de mexicanos y mexicanos trabajan en empleos ligados a las exportaciones hacia el norte. 70% de los motores de diésel fabricados en EU para vehículos de carga y pasajeros tienen por destino armadas en México, y México compra más del 30% de las exportaciones de autopartes de vehículos pesados ​​de EU. Estos ejemplos de sectores estratégicos para Norteamérica se traducen en empleos compartidos, no “robados”.

Otra idea equivocada es la asociación entre restricciones comerciales y seguridad. Trump insiste en que los aranceles son una herramienta para frenar la migración irregular y el tráfico de drogas. Sin embargo, las regiones más conectadas a las cadenas de valor norteamericanas registran mayores niveles de progreso social: mejor educación, salud e infraestructura, como lo ha venido documentado México, ¿cómo vamos? desde 2020. Muestra de ello es que la migración de mexicanos a la UE ha ido cayendo en las últimas décadas porque la calidad de vida en el país ha aumentado. El comercio no es una amenaza a la estabilidad, sino uno de sus motores.

Los desafíos del futuro -producción de alta tecnología como computadoras, semiconductores o industria aeroespacial, minerales críticos, vehículos eléctricos, energía limpia y suficiente- no pueden resolverse con aranceles ni desvinculándonos de la integración avalada en el T-MEC. Los esfuerzos nacionales como el Plan México y la Estrategia Canadiense de Minerales Críticos, sin coordinación regional, corren el riesgo de fragmentar su eficacia. En cambio, una política industrial regional, con inversión y estándares alineados en el T-MEC 2.0 (en proceso de revisión), puede garantizar cadenas de suministro seguras y colocar a Norteamérica como líder global en innovación y seguridad económica y alimentaria.

La inversión extranjera refleja esta confianza. En 2024, México recibió 36 mil millones de dólares en IED, casi la mitad proveniente de Norteamérica. Los inversionistas no apuestan a la incertidumbre, sino a marcos legales y reglas previsibles, en horizontes de retorno de largo plazo. El T-MEC proporciona esa certidumbre; los aranceles y las amenazas constantes, la erosionarían.

La apertura comercial también se ha traducido en progreso social. Los estados mexicanos más integrados a las cadenas de valor norteamericanas muestran niveles de vida comparables o superiores a los del sur de EU. Los fronterizos mexicanos, así como los que albergan manufactura de exportación -Querétaro, Guanajuato, San Luis Potosí y Jalisco-, tienen mayores niveles de cobertura de servicios básicos que Texas o Nuevo México. No se trata solo de PIB, sino de empleos de calidad y oportunidades, y de ofrecer a las familias una mayor oportunidad para prosperar.

Trump utiliza frecuentemente al comercio como discurso político. Pero en un mundo de fragmentación geopolítica, no hay mayor fortaleza que la colaboración.

El déficit que EU tiene con México no es “abuso” sino coproducción, y la complementariedad regional se evidencia en la seguridad alimentaria -un tercio de las frutas y verduras frescas en EU provienen de México y una cuarta parte de quienes realizan la cosecha en EU son mexicanos-. México no “roba” empleos estadounidenses, y sí abona a su seguridad nacional con la producción de instrumentos de comunicación, computadoras y electrónicos avanzados, en sustitución a la proveeduría de Asia. La integración es una oportunidad, no una amenaza, y Norteamérica es más fuerte unida.

Con la revisión del T-MEC en 2026 en curso, podemos elegir abrazar la certidumbre, los empleos y la resiliencia que la integración otorga. Si UE, México y Canadá se comprometen a una agenda conjunta que fortalezca las producción conjunta, garantice la provisión energética, eleve los estándares laborales, e invierta en infraestructura compartida, entonces Norteamérica no solo competirá. Liderará.

¿Quieres consultar la fuente de estos datos? visita TheNorthAmericanProject.com

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