Pensar en arrecifes como parte de un futuro muy muy cercano

Pensar en arrecifes como parte de un futuro muy muy cercano

Cuando hablamos de la crisis ambiental, es fácil imaginarla como un fenómeno distante: datos, proyecciones y mapas que parecen ajenos a la vida cotidiana. Pero esa percepción cambia cuando un ecosistema te rodea y te obliga a mirarlo de cerca.

Eso ocurrió durante mi estancia en Eilat, donde participó en el curso internacional Conservación y Restauración de Arrecifes de Coral de la Universidad Ben-Gurion del Negev. Ahí entendí que los arrecifes no son un concepto técnico ni un tema exclusivo de especialistas; son una estructura viva que sostiene la economía, el turismo, la protección costera y el equilibrio de yeguas enteras.

Ahí comenzamos por comprender qué es realmente un arrecife de coral. No es una roca ni una planta: está formada por millas de animales que, al crecer juntos, construyen esqueletos de carbonato de calcio capaces de formar verdaderas ciudades submarinas.

Aunque hoy representan menos del 1% del fondo oceánico, concentran una diversidad impresionante y funcionan como un bosque tropical bajo el agua. Son refugio, alimento, barrera natural y fuente de trabajo para millones de personas en todo el mundo. En el trabajo de campo construimos viveros flotantes, revisamos diferentes estructuras de restauración y estudiamos cómo se diseña una zona marina protegida.

Ahí entendí que la conservación no es una idea general, sino una serie de decisiones muy concretas: dónde intervenir, qué especies priorizar, qué actividades humanas deben regularse y cómo incluir a las comunidades que viven alrededor. Es un proceso vivo que exige mirar el océano con responsabilidad y compromiso.

En el mismo grupo coincidimos estudiantes y profesionales de distintos países y áreas. Cada persona aportaba una mirada distinta y, juntas, hacían posible entender que un arrecife no se protege desde un solo campo. Se necesita ciencia, sí, pero también regulación, comunicación, innovación, cooperación y una visión social que permita que las soluciones funcionen para quienes viven del mar.

Pensar en los arrecifes es pensar en el futuro. No en un futuro lejano, sino en uno que ya se está definiendo con cada grado que aumenta la temperatura del agua, con cada costa que se urbaniza sin cuidado o con cada decisión pública que determina si un área se protege o se pierde. Los corales reaccionan rápido: cuando algo va mal, lo muestran primero. Cuando se recupera, la vida regresa con ellos.

Si algo me dejó esta experiencia es la certeza de que la restauración de arrecifes no es solo un reto técnico. Es una invitación a relacionarnos de manera más consciente con el mar ya entender que lo que sucede bajo la superficie también define la vida en tierra firme. El futuro de los arrecifes, y el nuestro depende de que podamos trabajar juntos, desde distintos conocimientos y realidades, para proteger un ecosistema que sostiene mucho más de lo que vemos.

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