La vida no se cuenta, se sobrevive.

La vida no se cuenta, se sobrevive.

Este sábado, a las ocho de la noche en El minuto que cambió mi destino… sin censura se sienta frente a mí un hombre que no sólo es historia viva del cine, el teatro y la televisión en México, sino un testimonio andante de que la vida, cuando se enfrenta con dignidad, se puede sobrevivir con la frente en alto. Don eric del castilloa sus 96 años de edad, llega lúcido, fuerte, con memoria impecable y con un sentido del humor que ya quisieran muchos jóvenes.

platicar con don eric no es hacer una entrevista; es abrir un libro de historia personal, familiar y nacional. Nos cuenta de su padre, un bombero que murió trágicamente en un incendio en una tlapalería. Una pérdida que marcó su infancia y que lo obligó a madurar antes de tiempo. Desde muy joven entendió que la vida no avisa, que arrebata y que hay que seguir caminando, aunque duela.

Pocos saben que quiso ser sacerdote. Estuvo en un seminario, buscando respuestas espirituales, buscando un sentido más profundo a la existencia. Al final, la vida lo llevó por otro camino: el arte. El escenario se convirtió en su púlpito y los personajes en su manera de predicar emociones, valores y conflictos humanos.

Con una sonrisa pícara nos cuenta cómo conoció a Kate Trillosu compañera de vida, y cómo, sin rodeos ni discursos, le soltó una frase que hoy parece sacada de otra época: “Contigo me quiero casar”. Así, directo, sin juegos. Un amor que se ha sostenido en el tiempo, en las buenas y en las malas, y del que nacieron sus hijas: Verónicaperiodista de carácter firme y mirada crítica, y kateactriz talentosa, rebelde, intensa, como suelen ser los espíritus libres.

Pero no todo ha sido aplausos ni éxito. Don eric relata uno de los episodios más oscuros de su vida: el infierno que vivieron por el tema de Joaquín El Chapo Guzmán. Nos confiesa que tuvo un teléfono intervenido, que estuvo bajo vigilancia y que, según sus propias palabras, pudo haberle costado la vida. No es una exageración ni un mito urbano. Es el retrato de un país donde, en ciertos momentos, la línea entre la fama y el peligro se vuelve peligrosamente delgada.

También habla, con respeto y sin rencores, del divorcio de su hija. kate estafa Luis Garcíaentendiendo que las relaciones se transforman, se rompen y se reconstruyen, pero que la familia sigue siendo el eje que sostiene todo. Don eric no juzga, no condena; Observa y acompaña. Ésa es quizás la mayor lección que deja esta conversación.

Hoy, a las ocho de la noche, esta entrevista no es sólo imperdible: es necesaria. Porque escuchar a alguien que ha vivido casi un siglo es un acto de humildad colectiva.

Por otro lado, y cambiando radicalmente de escenario, por primera vez vi en vivo un espectáculo de Brincos Dieras, celebrando 30 años de carrera en la Arena Ciudad de México. Y tengo que decirlo sin rodeos: estamos frente a un virtuoso de la comedia. Un artista que entiende como pocos el pulso del público, el ritmo del humor y el hambre de protagonismo de nuestra era.

Lo más impactante no es lo que hace él, sino lo que provoca en la gente. Personas desesperadas por subirse al escenario, por ser parte del acto, aunque eso implica ser ridiculizados, exhibidos o llevados al límite del humor incómodo. No hay obligación, no hay coerción. El que sube, sube porque quiere. Porque busca ese destacaresas luces, ese momento efímero de validación que hoy muchos persiguen más que el aplauso genuino.

Vivimos en tiempos donde la visibilidad se ha convertido en moneda de cambio. Donde salir en redes sociales parece más importante que el propio respeto. Y espectáculos como el de Brincos Dieras funcionan como un espejo brutal: nos reímos, sí, pero también nos vemos reflejados.

Eso sí, hay que decirlo con claridad: no es un espectáculo para niños ni para personas sin criterio amplio. Es un espectáculo para adultos, para quienes entienden el humor ácido, para quienes saben reírse de sí mismos y del absurdo humano. Brincos Dieras no obliga a nadie, no engaña a nadie y no promete lo que no es.

Entre la sabiduría de un hombre de 96 años que sobrevivió a la tragedia, al miedo y al tiempo, y un comediante que retrata la desesperación moderna por ser vista, hay un punto en común: la vida cambia en un minuto. A veces para elevarte, a veces para exhibirte. Y otras, para enseñarte que lo verdaderamente importante no es el reflector, sino lo que haces cuando se apaga.

Yo los espero hoy, a las ocho de la noche, en El minuto que cambió mi destino… sin censura. Porque hay historias que no se pueden contar en un post ni resumir en un vídeo de 30 segundos. Hay historias que merecen tiempo, silencio y respeto.

Leer más

Publicar comentario